viernes, 25 de mayo de 2007

Dejar de dar cuerda al reloj


Preámbulo a las Instrucciones para dejar de dar cuerda a un reloj

Un reloj deja de funcionar cuando decidimos ceder a seguir darle cuerda, cuando entendemos que la pequeña batería que lo hace trabajar llega a su fin y con dolor apartamos nuestros ojos de aquellas agujas que ya no giran como antes, que son más lentas, mas pesadas, que como la respiración se entrecortan contando los minutos faltantes. Y apartamos la vista porque no queremos ver cuando aquella aguja se detenga, nos tapamos los oídos porque preferimos dejar de oír el último “tic-tac” y detenemos el tiempo en nuestra imaginación, creemos que aquellos segunderos siguen funcionando como antes. Buscamos el sonido pero no lo encontramos… el corazón deja de latir por unos instantes y de pronto el sonido buscado débilmente aparece y el corazón vuelve a latir, pero esta vez rápidamente bombeando la sangre que no expulsó en esos instantes en los que había parado. Y todos aquellos relojes que en algún momento fueron un regalo hoy se convierten en una pesadilla, nos lo queremos quitar, tirarlos al suelo con fuerza y pisarlos con bronca, destruirlos, detener de alguna forma el tiempo, quizás, con apuro, intentemos cambiar rápidamente las baterías o poner en juego alguna otra invención que permita revertir la preocupación que pesa sobre algo tan ínfimo pero tan grande como es el tiempo, el tiempo que queda de vida.

Instrucciones para dejar de dar cuerda a un reloj (I)

Donde el tiempo se detiene, cuando la lentitud de tus reacciones no logran asimilar tal acontecimiento y sólo te limitás a repetir insistentemente “esto no está sucediendo”, queda abrir los ojos y ver que ese reloj dejó de funcionar, no hay tiempo atrás, no hay forma de dar cuerda, no hay cuerda. Tu conexión con la vida, ese hilo que te ataba a seguir estando a nuestro lado se ha roto. Tampoco hay poder u otra voluntad extraña que hagan funcionar aquel reloj ni momentos que habiliten la repetición de alguna palabra, de algún gesto, caricia o quejido. Sólo queda algo parecido a la nada o a la ausencia. Mejor dicho, a una ausencia que se confina a la nada que se siente cuando el tiempo del otro se detiene para siempre.
Entonces, sólo resta la memoria y, paradójicamente, tu tiempo, tu reloj, aquél cronómetro que todavía sigue contando los minutos, las horas y los días; y recordarás un risa que pateará fuerte tu cabeza encegueciéndote a todo lo que te rodea, cerrarás los ojos y verás una gesto, sentirás un olor particular, propio de quién no está, y derramarás una lagrima que te despertará del ensueño recordándote que al tiempo no lo podes detener ni revertir, sólo te queda manipularlo por instantes para poder sentir que aquel reloj nunca se detuvo y que aquellas agujas siguen girando aún con la misma fuerza